El día a día me hace pequeño

Vivimos inmersos en un torbellino constante, una sucesión de tareas, compromisos y responsabilidades que conforman nuestro “día a día”. Vamos todos de cabeza (por no decir de otra parte del cuerpo que empieza por cu y acaba con lo). Parece ser la base nuestra existencia, lo que mantiene todo en movimiento. Sin embargo, en ocasiones, este mismo día a día, con sus complicaciones y su apacible monotonía, puede convertirse en una jaula invisible que nos frena, nos consume y, como decía un buen amigo y cliente, “nos hace pequeños”.

Esta sensación de empequeñecimiento es una experiencia común. Las urgencias que se superponen, los imprevistos que desvían la atención, la necesidad de mantener el rumbo y cumplir con lo establecido… todo ello nos empuja a operar en modo “supervivencia”. Nos volvemos expertos en la gestión de lo inmediato, en apagar fuegos y en cumplir con la cuota. Y, sin darnos cuenta, esta inercia nos arrastra lejos de la visión a largo plazo, de la ambición y del verdadero crecimiento. La rutina, en su afán por protegernos y darnos estabilidad, paradójicamente puede sofocar nuestra capacidad de innovar y expandirnos.

El día a día, si bien es fundamental para servir al cliente, para “pagar las nóminas”, tiene una contrapartida peligrosa: la complacencia. Nos acostumbramos a lo conocido, a la forma de hacer las cosas que “siempre ha funcionado”. La energía se destina a mantener el status quo, y las ideas disruptivas o los desafíos ambiciosos son relegados al cajón de “algún día” o al “no tengo tiempo”. Es en este punto donde las personas y las organizaciones corren el riesgo de estancarse, de perder su chispa, de conformarse con lo que son en lugar de aspirar a lo que podrían ser.

Pero, ¿cómo romper este ciclo? La clave reside en reconocer que, aunque el día a día es importante y clave para la sostenibilidad, no debe ser el único protagonista. Necesitamos, de forma consciente y proactiva, salir de él y buscar retos en equipo que nos permitan dar esos “pasos de gigante”. Es aquí donde entra en juego un concepto fundamental en la filosofía de la mejora continua: el Kaikaku, o la Mejora Radical.

El Kaikaku representa una mejora radical y transformadora. No se trata de pulir procesos existentes, sino de reinventarlos por completo, de cuestionar los paradigmas establecidos y de buscar soluciones innovadoras que generen un salto cualitativo significativo. Es un cambio fundamental que rompe con la inercia del día a día y nos impulsa hacia un nuevo nivel de desempeño. Para lograrlo, es imprescindible generar nuestra propia “crisis interna”. No una crisis de colapso, sino una crisis de cuestionamiento, de incomodidad con lo establecido, que nos impulse a buscar nuevas respuestas. Como bien señaló Albert Einstein, «la locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes». Si queremos resultados diferentes, debemos hacer cosas diferentes.

Y es precisamente en este punto donde el poder del equipo se revela como un factor insustituible. Los “pasos de gigante” rara vez se dan en solitario. La Mejora Radical, a través siempre de las personas, los equipos y un foco nítido, se nutre de la diversidad de miradas, de la confrontación constructiva de ideas y de la energía colectiva. Es la inteligencia distribuida, la suma de talentos y experiencias, lo que permite romper barreras y encontrar soluciones que el individuo aislado no podría vislumbrar. Los equipos cohesionados, que se atreven a desafiar lo convencional y a colaborar sin fisuras, son el motor de cualquier transformación profunda. La capacidad de un grupo para generar y aplicar nuevas ideas es exponencialmente mayor que la suma de las capacidades individuales.

Recordemos otra frase de nuevo del gran Albert Einstein que tan acertadamente se aplicaban a este contexto:

«La crisis es la mejor bendición que puede sucederles a personas y países (y añado yo organizaciones), porque la crisis trae progresos. Es en la crisis donde nacen la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Sin crisis no hay desafíos y la vida es una rutina. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Generar nuestra propia crisis, nuestro propio Kaikaku, es invocar esa bendición, es forzarnos a la inventiva, a descubrir nuevas vías, a aflorar lo mejor de nosotros mismos.

Resumiendo:

· No dejes que la rutina te defina: Aunque el trabajo diario es crucial, no debería limitar tu potencial.

· Abraza los “pasos de gigante”: De vez en cuando, da un paso atrás, evalúa el panorama general y busca desafíos transformadores.

· Genera tu “crisis interna”: Esto no se trata de caos, sino de empujar intencionalmente los límites y crear un sentido de urgencia para una mejora radical.

· Enfócate en las personas y los equipos: Subrayas que esta mejora radical siempre se logra a través de individuos y esfuerzos colaborativos.

· Evita el estancamiento: La “verdadera locura” es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes.

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Rafa Lucero, Socio_Director ADUM Consulting

Contacta conmigo en [email protected] o en +34686463724

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